El 4 de julio de 2025, alrededor de trescientas personas se congregaron en el Parque México de la colonia Condesa, en la alcaldía Cuauhtémoc, para manifestarse contra la gentrificación en la Ciudad de México . Este fenómeno surge cuando propietarios prefieren rentar a turistas o extranjeros —en muchos casos a través de plataformas como Airbnb—, desplazando a las familias locales por los altos costos impuestos . De acuerdo con datos de la UAM, unas 400 000 familias han sido afectadas por este proceso .
La marcha comenzó como un diálogo comunitario, pero tomó un giro violento cuando un grupo encapuchado vandalizó establecimientos, arrojó piedras y petardos, e increpó a comensales extranjeros con gritos como “¡fuera gringos!” y “¡esta no es tu casa!” . El saldo incluyó vidrios rotos, graffiti y comercio local dañado, evidenciando la tensión entre residentes tradicionales y nuevos habitantes de mayor poder adquisitivo.
Este escenario se agrava cuando, simultáneamente, se presentan casos de racismo explícito. Recientemente, en un incidente que tomó relevancia en CDMX, una mujer agredió verbalmente a un policía, señalando discursos de odio racial por su color de piel, y llegó a decir que “odia a los negros por nacos” —discurso que incita a la violencia racial— (aunque el contexto precise si es mexicana o no, el mensaje refleja intolerancia y xenofobia). Este ataque se suma a una historia de discriminación sistémica: en México, según Amnistía Internacional, las personas de piel más oscura reportan más del doble de maltratos policiales que aquellas de piel clara .
Es alarmante cómo dos fenómenos aparentemente distintos —la gentrificación y el racismo— convergen en un mismo espacio urbano desigual, reforzados por privilegios económicos y, en muchos casos, raciales.
Vivir en la CDMX hoy implica enfrentar la paradoja de ser moderno y excluyente. Los privilegios asociados al poder adquisitivo o al color de piel —o la combinación de ambos— deciden quién habita, quién es bienvenido y quién es marginado. Frente a un paisaje urbano que prioriza el beneficio económico ante el arraigo social, es crucial reconocer estos privilegios. Cuestionemos: ¿puedo permitirme una vida digna aquí por mi color o mi nivel socioeconómico? Y si puedo, ¿qué me hace merecedor frente a otros que han construido esta ciudad con menos oportunidades?
La ciudad se ha vuelto desigual, y luchar contra ello implica más que reformas urbanas: requiere una profunda introspección sobre violencia económica, racial y habitacional, para construir una CDMX verdaderamente inclusiva.