En los primeros días de junio de 2025, Los Ángeles se transformó en un escenario tenso y fracturado tras intensas redadas de ICE (citadas como “abducciones”) en trabajadores migrantes, en especial mexicanos y centroamericanos, provocando una reacción masiva en las calles. Sin embargo, lo que inició como una defensa urgente de familias y derechos humanos, abrió las puertas a métodos de protesta que han encendido una ola de controversia social.
La indignación compartida
Las redadas ocurrieron en lugares de trabajo como fábricas y durante citatorios judiciales, capturando a personas que no contaban con antecedentes delictivos, lo que despertó una ola de solidaridad y furia. Las autoridades de California y Los Ángeles condenaron estos actos: la alcaldesa Karen Bass solicitó “protestas pacíficas”, mientras el gobernador Gavin Newsom tildó las redadas y la movilización federal de Guardia Nacional como “intencionadamente incendiarias”.
Cuando la protesta pierde su brío moral
Aunque la causa es justa, una parte de esas manifestaciones se tornó en disturbios. Se reportaron quema de vehículos e incluso taxis autónomos, lanzamiento de proyectiles, enfrentamientos, agresiones a transeúntes y uso de fuegos artificiales industriales. En redes sociales circulan videos que muestran a un hombre agredido cerca del Ayuntamiento y protestantes perdiendo el control, lo que ha sembrado miedo e indignación tanto dentro de la comunidad latina como entre estadounidenses que simpatizan, pero se alejan ante la violencia .
Así, aunque el grito del migrante es fuerte, las escenas de violencia ofrecen munición política a quienes justifican el despliegue militar (2000 tropas de la Guardia Nacional y posible envío de marines) bajo el argumento de restablecer “ley y orden”.
Empatía por la causa, rechazo por los métodos
Millones en EE. UU. y México respaldan la causa migrante, denunciando arbitrariedades y defendiendo la dignidad de quienes son parte vital de la fuerza laboral. Sin embargo, los actos violentos minimizan la empatía generada: no solo provocan un retroceso en la opinión pública, sino que provocan miedo en comunidades locales y fortalecen el discurso represivo del gobierno .
Fallas tácticas, caos callejero y enfrentamientos con la policía o militares alimentan esa percepción de “protestas descontroladas” e incluso respaldan decisiones que de otro modo parecían un error político. El propio gobernador Newsom instó públicamente a evitar la violencia, y no sin razón: una narrativa que reafirma la brutalidad estatizada siempre hace más complicado distinguir al que defiende derechos del que amedrenta con violencia .
Contra la indignación, ¿qué alternativa?
Resulta crucial balancear el legítimo clamor contra las redadas con la efectividad del movimiento. Protestas masivas, pacíficas y bien organizadas, como bloqueos simbólicos de autopistas, marchas estudiantiles o acciones legales y mediáticas que logran visibilidad sin alimentar el miedo. Ya ha pasado: en febrero se paralizó la 101 Freeway pacíficamente, generando eco nacional y solidaridad sin necesidad de violencia .
Hoy, en la era digital, se puede amplificar sin romper ventanas. Basta de otorgar argumentos a quienes levantan muros, envían tropas o justifican brutalidad. Basta de que una causa noble se vea empañada por quienes olvidan que el respeto y la estrategia no son debilidades, sino fuerza potencial.
Los sueños de justicia y defensa de los migrantes en Los Ángeles no deben ser sacrificados en el altar de la frustración o el resentimiento. Es momento de estrategia: de voz, de unión, de narrativas compartidas. El desafío es claro: lograr que el justo ceño fruncido de la protesta no se degrade en gritos que dan armas al discurso del miedo. Solo así la lucha por una migración humana encontrará el respaldo sólido que necesita en la calle, en la política y en el corazón de quienes aún dudan.