La autoficción, la literatura del “yo” y la “No ficción” son tendencias en la narrativa mexicana reciente. En este sentido y bajo los temas mencionados, el escritor Ricardo Guerra de la Peña, se ha consolidado como uno de los narradores jóvenes más importantes en el sureste mexicano. Nació en la Ciudad de México el 21 de mayo de 1992, actualmente radica en la ciudad de Mérida, Yucatán, donde ha ejercido su carrera como escritor y tallerista, también es un gran amante de los gatos. Ha sido becario del PECDA en el año 2017 y del FONCA en la categoría de Jóvenes Creadores en las emisiones 2019-2020 y 2021-2022.
Sus publicaciones y narraciones han sido traducidas al inglés y fueron acreedoras a premios estatales y nacionales: parte de su trabajo se encuentra publicado en: “Este país”, “Punto de Partida” de laUNAM, “Confabulario”, “Memorias de nómada”, “Packingtown Review” y “Tierra Adentro”. En 2022 publicó su primer libro: “El santo del crack”, que es de crónica y apela a la autocción, bajo el sello editorial de “Los libros del perro”. Para esta edición de la #RevistaAgenda, en entrevista exclusiva, el joven autor platicó con nosotros sobre el proceso de escritura, la cción familiar y sobre su más reciente libro.
Para Guerra de la Peña, la lectura comenzó por imitación:
“Yo veía a mi papá leer todos los domingos por la mañana el periódico y luego pasarse largos ratos frente a libros, generalmente novelas policiacas.” −platicó Ricardo.
El escritor refirió que al ver a su padre tan concentrado en un objeto inanimado (los libros), le pareció muy interesante y llamativo, aun cuando era un niño muy pequeño que no sabía leer, la sensación de tomar un libro o agarrar un periódico representó un acto “performático”. Ricardo recuerda que en la biblioteca de su primaria aprovechó para tocar los libros y luego leerlos: esto le encantaba y comprendió porque a su padre le fascinaba la lectura:
“Comprendí porque se pasaba tanto tiempo frente a estos cuadritos en los que de repente cambiaba de página… hasta que comencé a leer, comprendí del todo su magia. Me pareció mágico que mantuvieran tanto tiempo la atención de mi padre, sobre todo porque era una persona dispersa, intranquila y frente a los libros, yo lo veía meditando.” −declaró Guerra de la Peña.
Por otro lado, su escritura creativa se desarrolló en su infancia, el autor recuerda las navidades que pasó en la casa de sus abuelos maternos en Ciudad Juárez, donde sus primos organizaban una serie de actividades para demostrar su talento, como una especie de concurso entre ellos, para presumir sus habilidades: el baile, las matemáticas y demás; en el caso de Ricardo, a sus siete u ocho años, no se sentía tan talentoso como los demás miembros de la familia. No obstante, fue capaz de encontrar su vocación creativa:
“Lo único con lo que me sentía capaz, era haciendo historias, a esa edad escribí esbozos de cuentos con
mis gatos y mis mascotas. En el momento en el que me tocaba presentarme frente a todos los adultos y mis primos en las navidades, yo leía mis cuentos. Entonces el primer acercamiento y la circunstancia, fue el no tener de otra.” −confesó.
La escritura fue una forma en la que pudo competir con las habilidades histriónicas de sus primos y primas.
Cabe destacar que el escritor es nieto de prominentes intelectuales y artistas: su abuela paterna era la pintora, Lilia Carillo (1930-1974) y su abuelo paterno fue el filósofo y escritor mexicano, Ricardo Guerra Tejada (1927-2007), del cual guarda grandes recuerdos en su niñez:
“Cuando yo tendría ocho o nueve años, mi abuelo paterno (Ricardo Guerra Tejada) me regaló dos libros de Gabriel García Márquez con ilustraciones bellísimas, me hicieron creer que se trataban de librosminfantiles. Pero me desconcertó; por un lado, no me fue tan fácil comprender lo que sucedía en la trama,en contraste con los cuentos infantiles a los que estaba acostumbrado y el otro desconcierto, es que no había un final feliz.” −detalló.
A partir de esa sensación con las lecturas de los cuentos del autor colombiano, a su corta edad trató de descifrar los posibles finales felices o moraleja: gracias a ello hizo varias lecturas de los mismos, pero al final no encontró el final feliz o la moraleja. En cambio, sintió que había algo más en esas narraciones, inexplicable para su entendimiento a esa corta edad, pero entendería años después, ya que el acercamiento con la escritura de García Márquez fue significativo en la posteridad. Las ilustraciones que recuerda con tanto afecto, fueron de los cuentos: “María dos Prazeres” y “La siesta del martes”.
Como parte de una tendencia en el canon latinoamericano, Ricardo de la Guerra destacó que sus cuentos apelaban a la temática del “Realismo mágico” o al menos un intento, como especifica el autor. Sin embargo, con las lecturas, talleres y experiencias definió sus propios temas:
“Poco a poco fui cayendo en la autocción, es un espacio donde no puedo decir que me siento cómodo, pero disfruto y siento que me puedo desenvolver muy bien.
Esta temática lo acompañado en sus textos, y al parecer el canon de escritores mexicanos lo están estableciendo. Pero, no todos lo aceptan; ante esto Ricardo Guerra esclareció:
“He escuchado a muchos amigos escritores decir que si sienten con cierta seguridad en cierto genero o tipo de escritura, es momento de cambiar abruptamente; yo, en cambio soy de la idea que si algo en particular te incita a escribir, en vez de buscar géneros o temáticas distintas, lo que vale la pena es lograr a profundidad lo que te llama la atención.”
Respecto a su primer libro, “El santo del crack”, la autoficción fue el tópico en el texto:
“Eso me ayudó a escribir un libro de crónicas, más adelante una novela que ya concluí, y la obra que estoy trabajando ahorita… creo que toda escritura, por más que nos escondamos en el manto o la cortina de la ficción, es autoreferencial. No creo estar haciendo algo distinto a quien escribe «ciencia ficción», en ambos casos ficcionando.
La muerte de su padre lo ha retratado en sus diferentes ficciones y narrativas, como sus cuentos, novelas y crónicas. Para él, la muerte es una amiga recurrente y compañera de vida importante, no la aborda desde el sacrilegio, la “sataniza” o ve como algo negativo, ya que siempre está presente.
Los trastornos mentales y las adicciones, en especial a los sedantes, forman parte de su abanico literario. También, se adentra en las referencias a la cultura pop, que apelan al humor. Los proyectos de Ricardo Guerra de la Peña que han sido acreedores a las becas del PECDA y FONCA, aún no salen publicados; un ejemplo de ello es su primera novela “El Inconcluso”, que lleva el nombre de uno de los cuadros de su abuela materna, Lilia Carrillo, en dicha obra, según declaraciones y entrevistas en otros medios, cuenta la vida sobre este personaje familiar que representó un gran misterio. Durante ese periodo de becas, el autor escribió varias crónicas que dieron origen al libro “El santo del crack”, publicado en la editorial “Los libros del perro”. Este libro se pudo publicar gracias a la escritora y editora Zel Cabrera, quien insistió para que apareciera en la colección; previamente había reseñado algunos libros en esa editorial, como “El ajedrez es un juego tan siniestro y personal” (2021) de Hugo Roca Juglar.
La publicación se pudo concretar gracias a que la editora viajó a Mérida y le pidió a Guerra aquellos textos de gran calidad que pudieran conformar la colección de “Los libros del perro”. La mayoría de los textos ya habían sido publicados, salvo uno que era inédito: este tiene que ver con los círculos artísticos de los años 50, 60 y 70, donde hace alusión a Manuel Felguérez, de acuerdo al escritor: “Fue un descubrimiento para conocer a mi abuela”.
Esta crónica establece el descubrimiento por la vida de su ancestro, ya que no la conoció en vida. En el libro, también expresa el duelo ante la muerte de personas cercanas a él y como afrontó los desapegos. Para nalizar, la generación de los escritores nacidos en los noventa tiene definida la narrativa para reinventar y deconstruir los mandatos familiares, relatando sin inconvenientes y con una transgresión, tal y como la escritura de Ricardo Guerra lo plasma.