En las faldas del cerro Mactumatzá y en comunidades como Copoya, en Tuxtla Gutiérrez, florece durante la temporada de lluvias un manjar silvestre que cautiva paladares y preserva tradiciones: el hongo moní. Este alimento, profundamente enraizado en la cultura zoque, aparece entre julio y agosto entre la hojarasca del árbol conocido como nangaño, convirtiéndose en un ingrediente muy esperado por las cocineras tradicionales.
Aunque su identificación científica aún no es definitiva algunas fuentes lo asocian con la especie Amanita caesarea el moní ha sido consumido por generaciones con conocimiento transmitido de forma oral. En los mercados locales, especialmente en Copoya, son las vendedoras con experiencia quienes reconocen el hongo auténtico y advierten sobre posibles imitaciones tóxicas, reafirmando así el valor del saber popular en torno a su recolección y uso.
El moní es protagonista en una variedad de platillos típicos de Tuxtla Gutiérrez. Se le encuentra en guisos con huevo, carne de puerco o chile simojovel, así como en tamales de chipilín, caldos y entomatados. Además de su sabor, este hongo aporta proteínas, vitaminas y minerales, consolidando su lugar no solo como un deleite culinario sino también como un alimento nutritivo.
Sin embargo, el cambio climatico y la urbanización han reducido la disponibilidad del moní, poniendo en riesgo esta tradición culinaria. Ante ello, surgen llamados a preservar las zonas de recolección y a valorar este ingrediente como parte del patrimonio cultural de Tuxtla Gutiérrez. Más que un hongo, el moni es símbolo de identidad y conexión con la tierra.