El 5 de febrero de 1984, El Santo falleció dejando un vacío en la lucha libre, pero su influencia sigue intacta. Su legado no solo reside en los títulos ganados o en las películas filmadas, sino en el impacto cultural y emocional que tuvo en millones de personas. Hasta el día de hoy, su nombre es sinónimo de lucha, heroísmo y orgullo mexicano.
El Santo, cuyo nombre real era Rodolfo Guzmán Huerta, es una de las figuras más icónicas en la historia de la lucha libre mexicana y un símbolo de la cultura popular. Su legado abarca décadas de triunfos en el cuadrilátero, una exitosa carrera en el cine y un impacto duradero en la identidad nacional de México.
Desde su debut en 1942, El Santo revolucionó la lucha libre con su estilo ágil, su carismática presencia y su inquebrantable misticismo. Con su característica máscara plateada, se convirtió en un héroe dentro y fuera del ring. Su popularidad trascendió el deporte y lo llevó a protagonizar más de 50 películas, muchas de ellas enfrentando a científicos locos, momias, vampiros y otros seres fantásticos. Estas películas no solo consolidaron su figura como un superhéroe mexicano, sino que también contribuyeron a la expansión del género de cine de luchadores, un fenómeno único de la cinematografía nacional.
Además de su impacto en el cine y la lucha libre, El Santo fue un símbolo de justicia y honor. En un país donde las figuras heroicas son parte fundamental de la cultura, él encarnó los valores de valentía, integridad y perseverancia. Su imagen trascendió generaciones y se convirtió en un ícono del imaginario colectivo, influyendo en artistas, escritores y cineastas. Su legado se perpetuó a través de su hijo, El Hijo del Santo, quien siguió sus pasos en la lucha libre y mantuvo viva la tradición familiar. La máscara de El Santo sigue siendo uno de los símbolos más reconocibles de México, apareciendo en todo tipo de productos y siendo homenajeada en múltiples formas en la cultura popular.