El debate sobre la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana ha alcanzado un nuevo nivel, y esta vez, la controversia se ha encendido en el terreno de la política. Ayer, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, preguntó a GROK, la IA de la red social X, quién era el presidente más popular del mundo. La respuesta fue Claudia Sheinbaum, presidenta de México. Lo que parecía una simple consulta terminó desatando un torbellino de discusiones entre usuarios de X, desde quienes aplaudieron la respuesta hasta aquellos que la consideraron sesgada o errónea. Este episodio nos deja una pregunta clave: ¿cuánto debemos confiar en la inteligencia artificial cuando se trata de temas políticos?
Las IAs como GROK han demostrado ser herramientas valiosas en distintos ámbitos, desde la educación hasta la asistencia en tareas complejas. Su capacidad de analizar enormes cantidades de datos en segundos las convierte en aliadas poderosas. Sin embargo, no están exentas de errores ni de limitaciones. La inteligencia artificial no razona ni tiene conciencia; su conocimiento se basa en datos existentes y en algoritmos diseñados por humanos. Esto significa que sus respuestas pueden verse influenciadas por la forma en que están programadas, las fuentes de información que utilizan y los parámetros con los que se entrenan. En el caso de GROK, su respuesta provocó un enfrentamiento ideológico que reflejó no solo las preferencias políticas de los usuarios, sino también el impacto que estas tecnologías pueden tener en la formación de opiniones.
El episodio con Bukele y GROK es un recordatorio de que la IA no puede ni debe sustituir el pensamiento crítico. Si bien es una fuente rápida de información, no es infalible ni imparcial. En política, donde las emociones, los intereses y las percepciones juegan un papel crucial, dejarse guiar ciegamente por una IA podría llevarnos a aceptar datos sin cuestionarlos o, peor aún, a reforzar sesgos preexistentes. La inteligencia artificial puede ayudarnos a obtener información, pero la interpretación y el juicio final deben ser nuestros.
La llegada de la IA a la política también plantea preguntas más amplias sobre su uso ético y su impacto en la democracia. ¿Podría una IA sesgada influir en la opinión pública? ¿Deberíamos regular la manera en que estas tecnologías presentan información política? Si bien la tecnología avanza a pasos agigantados, nuestra capacidad de discernimiento y nuestra responsabilidad como ciudadanos deben evolucionar a la par. La IA es un reflejo de la sociedad que la alimenta, y como tal, debemos aprender a usarla con criterio y sin perder nuestra autonomía intelectual.
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa, pero no el juez absoluto de la verdad. En un mundo donde la información abunda y la manipulación es un riesgo latente, lo más valioso sigue siendo nuestra capacidad de análisis y pensamiento crítico. La tecnología nos da acceso a conocimiento, pero la tarea de comprenderlo, cuestionarlo y aplicarlo de manera consciente sigue siendo exclusivamente humana. Así que, antes de tomar la palabra de una IA como un hecho irrefutable, recordemos que la mejor inteligencia sigue siendo la nuestra.