El Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora fue establecido el 25 de julio de 1992, durante el Primer Encuentro de Mujeres Afrolatinas, Afrocaribeñas y de la Diáspora realizado en República Dominicana. Más de 400 mujeres negras de 32 países se reunieron con un propósito común: denunciar el racismo, el sexismo y la exclusión estructural que viven las mujeres afrodescendientes en América y más allá. Desde entonces, esta fecha se convirtió en un símbolo de lucha, visibilidad y empoderamiento.
Las mujeres afrolatinas enfrentan una doble opresión: por género y por raza. A menudo, son invisibilizadas tanto en las luchas feministas tradicionales —que no siempre incluyen una perspectiva racial— como en los movimientos antirracistas liderados mayoritariamente por hombres. Estas mujeres viven realidades marcadas por la pobreza estructural, la falta de acceso a salud y educación de calidad, la violencia machista y racializada, y la discriminación laboral y social.
En países como Brasil, Colombia, México, Perú o República Dominicana, las mujeres afrodescendientes no solo luchan por derechos básicos, sino que también lideran procesos de resistencia comunitaria, rescate cultural, justicia ambiental y soberanía territorial. Son voces clave en la defensa de los derechos humanos, la justicia social y la preservación de saberes ancestrales.
La cultura afrodescendiente ha sido pilar fundamental en la construcción de las identidades latinoamericanas y caribeñas. Las mujeres negras han sido guardianas de tradiciones, de ritmos, de cocinas, de espiritualidades. Desde los tambores hasta la palabra oral, desde el turbante hasta la danza, su legado atraviesa generaciones. Artistas, activistas, académicas y lideresas como Angela Davis, Marielle Franco, Mercedes Baptista, Miriam Miranda, Victoria Santa Cruz o Lucía Charún-Illescas son solo algunos ejemplos de figuras que han marcado un antes y un después en la lucha por los derechos de las mujeres negras en el continente.
A pesar de los avances, los desafíos persisten. El racismo estructural sigue presente en las instituciones, los medios, las leyes y la vida cotidiana. Las mujeres afrolatinas aún son subrepresentadas en la política, en las universidades y en los espacios de decisión. Las cifras de feminicidios contra mujeres negras son alarmantes en países como Brasil o Colombia. Y la violencia económica, psicológica y física sigue siendo una realidad cotidiana para muchas.
Por eso, este día no es solo una celebración: es un llamado urgente a actuar, a incluir las voces afrodescendientes en todos los espacios de toma de decisiones, a crear políticas públicas con perspectiva interseccional, a descolonizar el pensamiento y a construir un feminismo realmente inclusivo. Conmemorar el 25 de julio implica escuchar, aprender y acompañar las luchas de las mujeres afrolatinas. Es una invitación a cuestionar nuestros propios privilegios, a derribar estereotipos y a reconocer que no hay justicia social sin justicia racial y de género.
Este día nos recuerda que las mujeres negras no solo resisten, sino que crean, lideran, enseñan y transforman. Que su presencia es historia viva y que su lucha es también la nuestra.