Elon Musk anunció la creación del “America Party”, un nuevo partido político en EE. UU., a través de una encuesta en X, en la que cerca del 65 % de 1,2 millones de usuarios expresaron apoyo. Según Musk, el objetivo es romper con el sistema bipartidista, centrándose en escaños clave del Congreso para frenar leyes que, a su juicio, engordan la deuda y favorecen el despilfarro. Sin embargo, aún no se ha registrado oficialmente el partido ni se han presentado los trámites formales ante la Comisión Federal de Elecciones, lo que indica que, por ahora, el movimiento está en una fase exploratoria.
Donald Trump respondió de inmediato y lo calificó como “ridículo”, advirtiendo que un tercer partido solo generaría confusión y caos, y calificó a Musk de “off the rails” y “train wreck”. Incluso sugirió que podría investigar los subsidios otorgados a las empresas de Musk como represalia. La tensión entre ambos exaliados escaló tras el fuerte deterioro de su relación provocada por la ley de gasto aprobada recientemente.
En redes sociales, muchos usuarios reaccionaron de forma dividida. Algunos lo ven como un choque épico entre dos titanes (“es como Drake y Kendrick Lamar peleando” según un tuit viral), mientras otros lo perciben como un espectáculo distractor frente a problemas reales —incluidos recortes en salud—. Expertos remarcan que esta disputa refleja la forma en que la política actual se convierte prácticamente en gladiadores mediáticos compitiendo por likes.
Pese a su inmenso patrimonio —más de 350 000 M USD— y su influencia online, Musk enfrenta grandes retos. El proceso de creación de un partido nacional implica atravesar 50 sistemas estatales de registro, reunir firmas, superar requisitos de votación mínima, obtener aprobación de la FEC, y gastar cientos de millones en litigios y campañas. Históricamente, terceras fuerzas como la de Ross Perot o los partidos Verde y Libertario sólo han logrado influir como frenos, no como actores dominantes.
Esta nueva movida de Musk evidencia hacia dónde se dirige la política: en manos de multimillonarios que usan poder comunicacional y monetario para moldear agendas, convertir la democracia en un espectáculo de poder, capricho y capital. La política se vacía de debate genuino y se recarga de intereses individuales. Y así, millones de ciudadanos quedan relegados a espectadores mientras unos pocos con recursos ilimitados intentan responder a problemas complejos de sociedad y economía.