Un 20 de mayo de 1932, Amelia Earhart despegó desde Terranova rumbo a París, decidida a convertirse en la primera mujer en cruzar el Atlántico en solitario. Luchó contra tormentas, vientos contrarios y fallas mecánicas, pero 15 horas después aterrizó en un campo de Irlanda del Norte. No había llegado a su destino original, pero sí a la historia. En una época donde los cielos parecían pertenecer sólo a los hombres, ella se abrió paso a vuelo limpio.
Amelia nació en 1897 en Kansas, Estados Unidos, y desde muy joven rompió moldes. Trepaba árboles, cazaba ratas con rifle y se negaba a usar vestidos cuando podía evitarlo. La Primera Guerra Mundial la inspiró a trabajar como enfermera voluntaria, y más tarde, al asistir a una exhibición aérea, quedó fascinada por el vuelo. No tardó en tomar lecciones, ahorrar para su propio avión y despegar con rumbo propio.
Pero el cielo no era territorio neutral. En las primeras décadas del siglo XX, las mujeres aún ni siquiera votaban en muchos países, y mucho menos volaban aviones. Amelia no sólo tenía que demostrar su habilidad como piloto, sino justificar constantemente su lugar entre los grandes de la aviación. La miraban con escepticismo, la medían con estándares dobles y la reducían, muchas veces, a una figura decorativa. Ella, sin embargo, no se conformó con ser símbolo: quería ser leyenda.
Y lo fue. En 1928 se convirtió en la primera mujer en cruzar el Atlántico como pasajera, pero ese logro le supo a poco. Quería hacerlo sola. En 1932, lo logró. Y después vinieron más hazañas: cruzó los Estados Unidos de costa a costa, voló de Hawái a California (una ruta en la que muchos hombres habían fracasado) y fue pionera en rutas jamás antes exploradas por mujeres. También escribió libros, promovió la aviación entre mujeres jóvenes y fue cofundadora de The Ninety-Nines, una organización de mujeres pilotos que aún existe.
Amelia no se contentó con conquistar el cielo: quería rodear el mundo. En 1937, emprendió su vuelo más ambicioso, un viaje alrededor del planeta. Pero, en algún punto del Pacífico, desapareció junto a su copiloto Fred Noonan. Su avión nunca fue encontrado. Su historia, sin embargo, jamás se perdió.
Lo que hace a Amelia Earhart inolvidable no es sólo lo que hizo, sino lo que significó. Volar en solitario en 1932 no fue sólo un acto de valor, fue una declaración de independencia. En cada despegue retaba a una sociedad que le decía que el lugar de la mujer no era el cielo, y en cada aterrizaje demostraba lo contrario. En un mundo de corsés mentales y techos bajos, ella abrió una ventana enorme al firmamento.
Hoy, a más de 90 años de ese histórico vuelo, Amelia sigue siendo un emblema de valentía, curiosidad y rebeldía. No sólo porque voló alto, sino porque se atrevió a hacerlo cuando todo a su alrededor le decía que no podía.