Alejandro nació en Pella, la capital del antiguo reino de Macedonia, hijo del rey Filipo II y de Olimpia de Epiro, quien le inculcó desde pequeño la idea de tener un destino grandioso. Fue discípulo de Aristóteles, quien le enseñó filosofía, literatura, ética y ciencia, formando así su intelecto junto a su talento militar innato. A los 20 años, tras el asesinato de su padre, asumió el trono y comenzó su meteórico ascenso al poder.
En solo 12 años, Alejandro logró lo que ningún otro líder había hecho: unificar Grecia y luego avanzar hacia el este para derrotar al Imperio Persa, considerado en su momento invencible. A través de sus conquistas, fundó más de 20 ciudades que llevaron su nombre y difundió la cultura griega por tres continentes, dando origen a lo que hoy conocemos como el helenismo: la fusión de elementos griegos con las culturas orientales.
Alejandro no solo fue un conquistador: fue también un genio político y cultural. Permitió que las élites locales permanecieran en el poder bajo su supervisión, respetó religiones y costumbres ajenas, y promovió matrimonios mixtos entre griegos y persas para fomentar la integración. Él mismo se casó con Roxana, princesa bactriana, y adoptó algunas costumbres orientales, como el uso de túnicas persas, lo que no siempre fue bien visto por sus oficiales macedonios. Sus soldados lo seguían por su valentía en combate —siempre peleaba al frente—, pero también por su visión: Alejandro creía que podía unificar a la humanidad bajo un mismo imperio, con respeto a la diversidad cultural.
En el 323 a.C., mientras se encontraba en Babilonia, Alejandro murió repentinamente, probablemente a causa de una fiebre o intoxicación. Su muerte a los 32 años dejó un imperio vasto pero frágil, que pronto se fragmentó entre sus generales (los diádocos). Sin embargo, su figura trascendió la historia: fue visto como un semidiós por muchos, fue citado por emperadores romanos como Julio César y Napoleón Bonaparte, e incluso aparece en textos islámicos y medievales como un símbolo de sabiduría y poder. Su historia ha sido objeto de innumerables obras literarias, películas y estudios académicos.
Las ciudades fundadas por Alejandro, como Alejandría en Egipto, se convirtieron en centros del saber y la ciencia. Su figura se mantuvo viva tanto en Oriente como en Occidente, adaptándose a distintas narrativas culturales y religiosas.
A pesar del paso de los siglos, Alejandro Magno sigue siendo un enigma fascinante. ¿Fue un libertador o un tirano? ¿Un genio político o un ambicioso desmedido? ¿Un héroe o un conquistador implacable? Lo cierto es que fue todo eso y más. Su historia representa la posibilidad de transformar el mundo con una mezcla de audacia, inteligencia y visión.
En palabras de Plutarco:
“Cuando Alejandro vio la inmensidad del mundo, lloró porque no quedaban más tierras por conquistar.”
Su ambición, su intelecto y su valentía lo han convertido en uno de los personajes más complejos, influyentes y recordados de la historia universal. El conquistador murió, pero el mito vive.